sábado, 5 de mayo de 2007

Chepén: un baúl de sorpresas

Al final de la jornada, más de uno de mis acompañantes me confesó: "Siempre he pasado por Chepén, pero nunca me imaginé que tuviese tanta riqueza turística". Escribe: Iván La Riva VegazzoConsultor en Turismo
Y es verdad. La provincia de Chepén y el valle de Jequetepeque tienen una formidable oferta turística que merece hacer esfuerzos por promocionarla con mayor agresividad y planificación; máxime si se encuentran en la ruta entre Trujillo y Chiclayo, ciudad hoy convertida en la "vedette" del turismo nor peruano a partir del descubrimiento de los restos del Señor de Sipán.Convencidos de su potencial turístico, realizamos un viaje hacia tierras chepenanas. Nuestro destino estaba a dos horas de distancia desde Trujillo por una carretera bien conservada, la Panamericana Norte.Saliendo de nuestra ciudad pudimos observar a la distancia el Cerro Cabezón, que está frente al Cerro Campana; ambos representan, en América del Sur, el límite norte de ubicación de las "lomas de neblina", una franja de territorio pre-andino de una biodiversidad muy especial a causa de su particular microclima. Estas lomas que empiezan en el norte peruano llegan hasta Coquimbo, en Chile constituyendo las Lomas de Lachay, cerca de Lima, las más conocidas turísticamente. Luego de cruzar el valle del río Chicama llegamos al de Jequetepeque, pasando por Ciudad de Dios, donde se encuentran restos bastante deteriorados de la ciudadela chimú de Farfán, vecina a la de Farfancillo. Frente a Guadalupe nos llamó la atención, por su estructura piramidal, la huaca Signán. El convento agustino de esa ciudad con su techo gótico, los hermosos vitrales de la sacristía, su amplio coro y los murales hispano-mestizos de la llamada "Capilla Escondida" son joyas únicas en esta parte del país.Apenas llegamos a Chepén, decidimos empezar nuestro recorrido por el cementerio mochica ubicado en San José de Moro, donde hace poco tiempo se encontró la tumba de la Sacerdotisa de Moro, primer y único hallazgo en su género en el país. A ella sólo se la conocía por su representación en los huacos. Fue un personaje muy importante en los rituales y sacrificios de los antiguos moches pues era la encargada de llevar, en una copa de oro, la sangre de los sacrificados para que sea bebida por la más alta autoridad jerárquica. Nunca antes se había encontrado los restos de un personaje similar, por lo que este hallazgo tiene especial importancia. Desde la huaca en que nos hallábamos ubicados pudimos apreciar la vandálica labor de los huaqueros, hecho que nos debe llamar a la reflexión sobre el grado de responsabilidad que todos tenemos frente a este grave delito de "lesa cultura", ya que si aquellos saqueadores son los autores físicos; a nosotros, por nuestra indiferencia, también nos atañe algo de culpa.En esta provincia se pueden admirar aún los restos de antiguas casas-hacienda. Entre ellas, la de Talambo ubicada a 3 km. al interior y la de Lurífico, frente a la ciudad de Chepen. La segunda fue una antigua hacienda agustina con mucha historia; hoy, de aquel esplendor subsisten solamente los muros, una inmensa chimenea, túneles y acueductos subterráneos que nos transmiten el mensaje de una pasada grandeza. Es increíble el actual estado de destrucción en que se encuentra esta importante infraestructura.El almuerzo, compuesto de un chirimpico acompañando al clásico cabrito de leche, fue servido en un restaurante campestre de buena categoría, ejemplo que deben imitar los inversionistas locales.Por la tarde nos tocó conocer el principal atractivo turístico de esta provincia: su Vía Crucis. Esta es una obra digna de resaltar por su importancia mundial, ya que tengo entendido que sólo existen otras dos obras similares en el orbe: una en Alemania y otra en Tandil, Argentina. Esta obra artística se extiende a lo largo de 600 mts. de pendiente, hasta una altura aproximada de 300 mts. plasmada en 777 gradas y 14 estatuas de tamaño natural, que representan las estaciones que recorrió Jesús rumbo al Calvario. El recorrido puso a prueba nuestro estado físico, pero el esfuerzo fue compensado al llegar a la cima. Allí hay un mirador desde donde se aprecia la inmensidad y el verdor del valle de Jequetepeque.El ascenso permite ofrecer al turista otro atractivo: una ciudadela fortificada preinca, conocida como Koslacheq. De murallas, conjuntos habitacionales, hornacinas, corredores, depósitos bélicos y hasta una plaza circular, todo construido de piedra y de clara influencia Wari. Fue ocupada por los gobernantes de las culturas posteriores, entre ellos, el cacique Mollep, desde donde controlaba su señorío y posesiones. Es admirable comprobar, cómo los antiguos peruanos organizaron aquel planeamiento urbano, dentro de las dificultades de la gradiente del terreno. Luego del gran esfuerzo físico y el tiempo que supone el recorrido por aquella destacable obra humana, hubo que retornar a Trujillo. Al norte queda una provincia que tiene mucho que ofrecer al turismo. Allá quedaron algunos lugares que no pudimos visitar como Huaca Cotón en Pueblo Nuevo o la Bahía de Chérrepe donde en la época colonial se ubicó el antiguo puerto de la enigmática ciudad de Zaña.Íntimamente prometimos regresar a Chepen, un verdadero baúl de sorpresas turísticas.

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